martes, 13 de mayo de 2014

DESCRIPCIÓN DE UN PAISAJE

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Anduve, anduve y anduve hasta que divisé un contorno rosa a lo lejos. Me acerqué lentamente, pues no sabía que iba a encontrarme. Cuando llegué descubrí lo que muchos niños definirían como “el paraíso”. Era un mundo de chuches, todas rosas, por supuesto. El cielo era rosa y blanco; las nubes, eran nubes de algodón. En el centro se veía una casita de dos plantas, construida por turrón. La puerta era un bloque de ladrillo de regaliz, el mismo elemento empleado para constituir las ventanitas. La planta de arriba tenía una pinta comestible y apetitosa, pues era de nube enteramente. Tenía adornos de nubes rizadas. El tejado lo formaban bollitos dispuestos en forma de tejas y una chimenea de regaliz por la que salía humo. Para entrar en la casa había un caminito de chicle, dispuesto como si fueran baldosas y una valla de nubes de algodón. A ambos lados de la valla, miles de chuches tomaban diferentes funciones: unas de un pozo, otras de arbustos, etc. Había también unas piruletas enormes de color rosa, verde y blanco que actuaban como árboles, pero a lo lejos estas piruletas cambiaban de color, a rosa claro y blanco. Al fondo del paisaje se veían campos donde se cultivaban chuches. Seguí caminando por el camino de nube hasta que llegué a una zona negra, la carretera. Al fin el encontré el camino de vuelta a casa.
MÍRIAM VILLAR BERRUECO, 3ºESO A, Nº22

Unknown dijo...

Después del fuerte golpe abrí los ojos, al principio no pude ver nada, tanta luz me cegaba y veía todo bastante borroso, solo podía distinguir sombras de lo que me acontecía. Poco a poco fui recuperando la vista. Conseguí ver nítidamente un gran poste a rayas amarillas y rojas con dos flechas blancas en su parte superior, ponían algo pero yo no entendía el que. Desde este gran poste se bifurcaban dos grandes caminos uno amarillo que llevaba a un gran pueblo oscuro y sin gente y el otro camino, de color azul, llevaba a una gran nube de la cual se podía ver en un segundo plano una espléndida luz. Después de estar un rato pensando me decidí a ir por el camino azul. Cuando conseguí llegar a la gran nube me llené de valor para atravesarla, cada vez estaba más convencida de que había elegido el camino correcto había flores azules a los laterales y caminaba sobre una cama de suave césped, sobre la nube se podía ver un brillo más cegador que el de antes y todo olía a algodón de azúcar todo aquello me recordaba al verano. De repente atravesé la nube y me encontré en uno de los bosques más tenebrosos jamás pensados, no había una sola hoja en los árboles todos tenían el tronco negro con rosas negras en el suelo. El olor a azufre no ayudaba y los inquietantes búhos no paraban de ulular cada vez sentía más miedo pero estaba paralizada hasta que una sombra negra atravesó el camino eso me hizo despertar y querer volver la nube. Esta ahora estaba más densa me costaba respirar oía voces graves diciendo que no me preocupara. Grité. Acto seguido todo desapareció y me encontré tumbada frente a un hombre de bata blanca que decía que no me preocupase solo había sido un golpe en la cabeza. Puede que nunca volviera a ese sitio pero jamás lo olvidé.
LAURA MORENO GÓMEZ 3ºA Nº14

Ana Ruiz dijo...

Cuando veo un paisaje me gusta sentirlo, me gusta formar parte de él. Cualquier espacio que vemos puede ser un paisaje.
En una zona cercana a Madrid, se encuentra un pueblecito al que tengo especial cariño. Está en un valle rodeado de montañas de curiosos nombres; Peñota, Siete Picos y Pico de la Golondrina. Sus casas son bajitas y de piedra. Están preparadas para el frío. Todas tienen una chimenea donde en el invierno sale un abundante humo que da un olor especial a todas sus calles.
En la zona alta del pueblo, se encuentra la Iglesia principal con la torre y sus correspondientes campanas, que suenan para avisar que hay misa. Algunas de sus calles conservan el empedrado antiguo, que aunque fastidian un poco al andar, son más entrañables que el liso asfalto. En la parte baja del pueblo se encuentra el Ayuntamiento y la plaza donde los lugareños se reúnen para charlar y donde aún se ven niños jugando.
La vida transcurre sin prisa, es curioso, pero el día parece que tiene más de veinticuatro horas. Da tiempo hacer todo lo que se te ocurra. Nadie va deprisa, nadie empuja, hay sitio para todos. Si te paseas por sus calles a la hora de la comida, hay un sinfín de olores provenientes de sus casas; huele a comida hecha despacio, comida hecha para sentirte caliente. Las personas no son anónimas, todos se conocen y se saludan al verse.
Es un paisaje de paz y de sosiego, cerca del loco mundo que se vive en otro paisaje que es la ciudad: Madrid.

ANA RUIZ GALGO. 3ºESO A. Nº18